Por qué Estados Unidos no detiene la guerra y otras realidades de Oriente Medio.

Estados Unidos tiene muchas razones para no presionar a Israel para que acepte un alto el fuego, incluido el deseo común de destruir a Hamás.

El gobierno de Biden se enfrenta a la presión de demócratas progresistas, funcionarios árabes e incluso algunos diplomáticos estadounidenses para que ayude a poner fin a la guerra entre Israel y Hamás. Pero la Casa Blanca no quiere necesariamente detener la lucha, al menos de momento.

Incluso si lo hiciera, Israel probablemente no escucharía.

Ésas son algunas de las duras verdades que emergen de la caótica situación de este conflicto, reflejadas en conversaciones con ocho diplomáticos, analistas y funcionarios de la Administración, así como en una revisión de lo que los líderes estadounidenses, israelíes, árabes y de otros países han dicho o dejado de decir en público.

A medida que aumente el número de muertos, los cálculos podrían cambiar drásticamente. Por el momento, he aquí un análisis de las decisiones que se están tomando desde Washington hasta Ammán:

Estados Unidos no quiere detener la guerra de Israel contra Hamás.

Cuando los funcionarios estadounidenses exponen sus objetivos en este nuevo conflicto, mencionan cuatro específicos: dejar claro que Estados Unidos apoya firmemente a Israel; impedir que los combates se extiendan más allá de la Franja de Gaza; liberar a los más de 200 rehenes tomados por Hamás; y ayudar a aliviar la crisis humanitaria.

Detener la guerra entre Israel y Hamás no figura en la lista.

Esto se debe principalmente a que Estados Unidos está de acuerdo con el objetivo de Israel de destruir Hamás, una red palestina designada por Washington como organización terrorista, aunque no esté del todo claro cómo será en última instancia. Cuando CBS News le preguntó el mes pasado si creía que Hamás “debe ser eliminada por completo”, el presidente Joe Biden respondió: “Sí, lo creo”.

Por el momento, la administración está presionando a Israel para que permita pausas en los combates con fines humanitarios y sea cuidadoso en sus ataques. Pero no apoyará un alto el fuego más duradero.

“Seguimos sin creer que un alto el fuego general sea apropiado en este momento”, declaró el lunes a la prensa John Kirby, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional. “Cuando hablamos de un alto el fuego general, lo que eso significa es un cese completo de los combates en toda Gaza, lo que consideramos que en este momento beneficia a Hamás”.

El general de división retirado de las Fuerzas de Defensa de Israel, Yaakov Amidror, asesor de seguridad nacional de Israel entre 2011 y 2013, afirmó que el gobierno de su país no siente actualmente ninguna presión real por parte de Estados Unidos para poner fin a la guerra.

La única presión, dijo, “es que vamos a minimizar el número de civiles que deben ser asesinados y la segunda es permitir que más ayuda humanitaria llegue a los civiles en Gaza.”

Lo que no se dice en público: Destruir -o al menos degradar a Hamás- redunda en interés de Estados Unidos a múltiples niveles.

Hamás es un apoderado de Irán, uno de los principales adversarios de Estados Unidos, por lo que su desmantelamiento debilita a Teherán. Hamás es una fuerza desestabilizadora en una región que sigue siendo crítica para los intereses económicos y de seguridad de Estados Unidos. El grupo militante tampoco reconoce el derecho de Israel a existir, lo que lo convierte en un obstáculo importante para una solución de dos Estados, señaló un funcionario estadounidense que, al igual que otros en esta historia, se le concedió el anonimato para hablar con franqueza.

Además, romper públicamente con los israelíes podría dañar los lazos de Estados Unidos con un socio que es crítico en frentes como el intercambio de inteligencia.

Israel probablemente ignoraría a Estados Unidos de todos modos.

Estados Unidos dispone de importantes herramientas que podría utilizar para presionar a Israel más allá de las meras palabras a las que se aferran ahora los funcionarios.

Podría amenazar con recortar la ayuda militar al país, dejar de defenderlo en las Naciones Unidas o abandonar los esfuerzos a largo plazo para ayudar a Israel a normalizar sus relaciones diplomáticas con los países árabes. Algunos congresistas demócratas están estudiando incluso una ley para restringir el intercambio de inteligencia con Israel.

Pero la administración Biden ha rechazado firmemente estas medidas.

Incluso en tiempos más normales, el gobierno israelí no siempre ha escuchado a Washington. Por ejemplo, durante años los funcionarios estadounidenses han instado infructuosamente a Israel a detener la construcción de asentamientos en territorio de Cisjordania reclamado por los palestinos.

Cuando Biden era vicepresidente, el gobierno israelí incluso anunció nuevos asentamientos mientras el líder estadounidense visitaba Israel.

La brutalidad del ataque de Hamás del 7 de octubre también ha conmocionado tanto a los ciudadanos israelíes que muchos apoyan medidas militares que antes habrían condenado. Esto significa que Estados Unidos tiene que enfrentarse a las exigencias que los políticos israelíes reciben de sus propios electores.

Por eso los funcionarios estadounidenses consideran grandes victorias, lo que normalmente parecerían pequeñas victorias. Entre ellas: Convencer a Israel de que permita la entrada de ayuda humanitaria en Gaza y de que suavice el aviso de evacuación de 24 horas a los residentes de la parte norte del territorio.

“Hay que entender el sentimiento de la opinión pública israelí”, dijo un funcionario israelí. “Los israelíes, incluidos los de centro-izquierda, están enfadados porque dejamos entrar ayuda humanitaria cuando nuestros rehenes están allí y se les niegan las visitas y no sabemos nada de su estado”.

Como dijo Amidror “La sociedad israelí ha perdido su ingenuidad”.

Varios gobiernos árabes odian en privado a Hamás.

Muchos dirigentes árabes desprecian a Hamás, entre otras cosas por sus raíces islamistas y sus vínculos con Irán. Así que no les importaría ver al grupo degradado.

“Ha habido una gran diferencia entre las reacciones públicas y privadas de los países árabes”, dijo un alto funcionario israelí a la prensa en Washington el mes pasado. La mayoría de los países árabes consideran a Hamás “un enemigo y quieren disuadirlo”.

A pesar de su desdén por Hamás, muchos dirigentes árabes instan pública y privadamente a Estados Unidos a que presione a Israel para que acepte un alto el fuego. Esto se debe en parte a que les preocupa que la furia ciudadana ante las imágenes de palestinos muertos y heridos pueda volverse contra ellos.

“Al enviar mucho material y mucho dinero a Israel, [Estados Unidos] le anima a presionar y a intensificar la escalada en lugar de buscar una solución”, declaró un diplomático árabe con sede en Washington.

Israel no parece hacer caso de las advertencias de personas como el ministro jordano de Asuntos Exteriores, Ayman Safadi, de “detener esta locura”. Los funcionarios insisten en que están haciendo lo que deben para evitar daños a los civiles, pero el nivel de sufrimiento palestino es cada vez más difícil de explicar para Israel.

Irán no quiere una guerra más amplia.

Aunque Irán no participa directamente en la guerra, está muy interesado en el conflicto. Irán apoya a Hamás con financiación, armas y entrenamiento, y lleva mucho tiempo intentando expulsar a las tropas estadounidenses de Oriente Próximo.

Teherán ha aprovechado este momento para fomentar una mayor inestabilidad en la región. Sus representantes han atacado a las tropas estadounidenses en Irak y Siria con aviones no tripulados y cohetes al menos 38 veces desde el 17 de octubre, incluso cuando el Pentágono envía una cantidad cada vez mayor de potencia de fuego a la región.

Pero, en privado, los funcionarios estadounidenses dicen creer que Irán simplemente intenta aumentar la presión sobre Washington, no provocar una guerra regional más amplia.

La mejor prueba de este cálculo es la naturaleza y la escala de los ataques, sobre todo en comparación con la respuesta de Irán al asesinato ordenado por el expresidente Donald Trump de un alto mando militar iraní, Qassem Soleimani, en 2020.

Por un lado, los grupos proxy han confiado casi exclusivamente en drones y cohetes de ataque baratos y unidireccionales para lanzar los ataques, en su mayoría infructuosos. El portavoz del Pentágono, el general de brigada Patrick Ryder, calificó esas maniobras de “acoso”.

Y aunque Ryder dijo que Estados Unidos responsabilizaría a Irán de los ataques, Teherán no los ha reivindicado.

Por el contrario, en enero de 2020, el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán lanzó más de 12 misiles balísticos contra múltiples bases estadounidenses en Irak, dejando a más de 100 soldados estadounidenses con lesiones cerebrales traumáticas. Irán dijo que se trataba de una venganza por el asesinato de Soleimani.

Teherán no ha aprovechado la crisis actual para intensificar su acoso a los buques comerciales en el Golfo Pérsico, una conducta que ya ha sido condenada por Estados Unidos.

La limitada respuesta estadounidense -o la falta de ella- a los ataques más recientes también es reveladora. Biden ordenó un ataque aéreo el 26 de octubre contra dos instalaciones en Siria utilizadas por grupos vinculados a Irán, pero los ataques no mataron a ningún militante.

 Nahal Toosi, Alexander Ward and Lara Seligman