Venezuela recurre a Rusia en busca de misiles balísticos capaces de alcanzar objetivos estadounidenses si la crisis se agrava.
El alto legislador ruso Alexei Zhuravlyov declaró que Moscú ya suministra armas a Venezuela y no ve ningún obstáculo para transferir el nuevo misil balístico Oreshnik o los misiles de crucero Kalibr a Caracas. Estas declaraciones se produjeron mientras funcionarios venezolanos solicitaban públicamente asistencia militar a Rusia, China e Irán ante lo que describen como una creciente presión estadounidense y rumores de una posible operación.
Gazeta.ru no es un medio independiente; el propósito de este artículo es analizar las capacidades que Venezuela tendría si Rusia le transfiriera dichos misiles.
Durante el último año, tanto la prensa ucraniana como la occidental han descrito al Oreshnik como un misil balístico móvil terrestre de alcance intermedio, derivado de la línea RS-26, con velocidades máximas cercanas a Mach 10 y un alcance teórico de aproximadamente 5000 kilómetros. Washington lo catalogó por primera vez como un sistema de alcance intermedio tras el ataque a Dnipro en noviembre de 2024, y posteriormente se añadió que puede transportar múltiples ojivas. En su entrevista, Zhuravlyov fue más allá, calificando el sistema como un «nuevo desarrollo» que Rusia podría enviar a un país «amigo» como Venezuela.
La familia Kalibr plantea un problema distinto. Las variantes rusas de ataque terrestre tienen un alcance estimado de entre 1500 y 2500 kilómetros, mientras que las versiones de exportación «E» suelen tener un alcance cercano a los 300 kilómetros, según las directrices del Régimen de Control de Tecnología de Misiles.
Los lanzadores Club-K, alojados en contenedores que contienen cuatro misiles de crucero dentro de un contenedor de transporte estándar de 20 o 40 pies, constituyen una unidad de lanzamiento discreta y fácilmente transportable que puede ir en camiones, vagones de ferrocarril o buques mercantes.
La razón por la que Caracas desea estos sistemas es sencilla: Venezuela busca desde hace tiempo contrarrestar la superioridad militar convencional de Estados Unidos y sus esporádicas demostraciones de fuerza en el Caribe. En las últimas semanas, Washington incrementó su presencia naval y aérea, incluyendo un grupo de portaaviones y demostraciones de bombarderos cerca del espacio aéreo venezolano, como parte de una campaña antidrogas ampliada.
Las acciones del Pentágono han provocado movilizaciones en Venezuela y han agudizado el tono de la retórica en ambos lados, con el presidente Nicolás Maduro declarando públicamente su “máxima preparación”.
Los misiles Oreshnik proporcionarían a Caracas un instrumento coercitivo a nivel de teatro de operaciones. Su movilidad terrestre permite su despliegue en lanzadores móviles bajo cubierta, la rápida ocupación de posiciones previamente estudiadas y tácticas de ataque y retirada que reducen los plazos de alerta estadounidenses. Si se desplegara en el norte de Venezuela, incluso una batería simbólica obligaría a los Comandos Norte y Sur de EE. UU. a destinar más buques de defensa antimisiles balísticos Aegis y capacidad de inteligencia, vigilancia y reconocimiento (ISR) persistente para rastrear los lanzadores móviles y preparar a los interceptores.
La configuración de múltiples ojivas y la alta velocidad de reentrada del sistema dificultarían aún más cualquier defensa puntual que proteja Florida o Puerto Rico. Nada de esto implica que un primer ataque desde Caracas sea probable, pero la utilidad política de simplemente contar con esta opción es evidente.

El Kalibr completaría la otra mitad del panorama disuasorio. Una red de lanzadores costeros o en contenedores podría amenazar las bases de operaciones avanzadas y las unidades navales dentro de un radio de 300 kilómetros, mientras que un despliegue marítimo encubierto a bordo de buques mercantes controlados por el Estado podría reducir la distancia y sorprender a los estrategas.
Los perfiles de crucero subsónicos a baja altitud aprovechan la interferencia costera y convierten la detección en una carrera contrarreloj para los sistemas de alerta temprana aerotransportada y las células de fuego conjunto. En la práctica, Caracas estaría apostando a que incluso una presencia limitada de Kalibr eleva los costes de una escalada para Estados Unidos lo suficiente como para disuadir ataques en territorio venezolano.
En una fase de señalización, Venezuela probablemente realizaría despliegues públicos de unidades de misiles y la difusión selectiva de imágenes, al tiempo que llevaría a cabo una prueba controlada del Kalibr en una zona segura en el mar. Si la crisis se agravara, el siguiente paso podría ser un ataque preventivo contra un depósito de combustible avanzado o un complejo portuario que apoye las operaciones estadounidenses en Puerto Rico, junto con alertas del Oreshnik que obliguen al reposicionamiento de los sistemas de defensa antimisiles estadounidenses.
El paso de mayor riesgo sería cualquier disparo balístico hacia territorio estadounidense, un acto que provocaría una represalia contundente y, por lo tanto, resulta más valioso para Caracas como amenaza que como acción en sí misma.
Existen contramedidas, pero sobrecargarían la capacidad operativa. Estados Unidos podría desplegar destructores Aegis BMD en el Caribe, desplegar ISR aéreo adicional para la detección de lanzadores de misiles guiados (TEL) y reforzar las defensas estratégicas en capas en puntos estratégicos. Sin embargo, cada buque desplegado hacia el sur es un buque menos disponible para Europa o el Indo-Pacífico.
La defensa antimisiles de crucero en torno a las bases costeras depende de sensores aéreos en alerta y de sistemas SHORAD locales, ambos de alta intensidad cuando se mantienen. La respuesta doctrinal sería una estrategia persistente de localización, fijación y neutralización de los lanzadores venezolanos, una campaña que rara vez se mantiene controlada una vez iniciada la dispersión.
Legal y diplomáticamente, cualquier transferencia entraría en conflicto con las normas del MTCR. El régimen insta a sus socios a que denieguen las exportaciones de sistemas de Categoría I capaces de transportar una carga útil de al menos 500 kilogramos a un alcance mínimo de 300 kilómetros, lo que afectaría directamente al Oreshnik e impondría severas restricciones a los modelos Kalibr de largo alcance.
Rusia es un socio, pero el MTCR es un acuerdo informal, no un tratado, y Moscú suele presentar las transferencias como decisiones soberanas en respuesta a las acciones de Estados Unidos. Cabe esperar que Rusia argumente que las versiones Kalibr con restricciones de exportación respetan la letra del MTCR, al tiempo que culpa a Washington de la escalada.
El vínculo de defensa entre Rusia y Venezuela otorga credibilidad a esta amenaza. Caracas adquirió 24 cazas polivalentes Su-30MK2 a partir de 2006 y posteriormente desplegó un sistema de defensa aérea de largo alcance basado en el sistema S-300VM Antey-2500, complementado por los sistemas de medio alcance Buk-M2E y de defensa puntual Pantsir-S1.
Informes públicos y fuentes de la industria indican que las entregas de Buk-M2E se realizaron entre 2013 y 2015, mientras que el S-300VM apareció públicamente por primera vez en Venezuela en 2013, tras entregas que, según fuentes independientes, datan de alrededor de 2012. El inventario se ha mantenido de forma irregular desde entonces; sin embargo, los recientes vuelos de aviones rusos Il-76 a Caracas sugieren la reactivación de la logística y los programas de capacitación.
El despliegue de los misiles Oreshnik o Kalibr en Venezuela enviaría un mensaje contundente: los lanzadores de misiles de crucero en contenedores son los más fáciles de preposicionar discretamente por mar o aire, lo que convierte al Club-K en la opción más viable a corto plazo.
Una batería móvil de misiles balísticos de alcance intermedio (IRBM) requiere personal capacitado, escondites protegidos, combustible especializado y equipo de prueba, además de la integración en una cadena de mando nacional capaz de resistir la presión cibernética y cinética. El reciente seguimiento en vuelo de un Il-76 ruso, cuya propiedad está sujeta a sanciones, que llegó a Caracas, ofrece una idea de cómo Moscú podría organizar entregas tempranas, mientras que los sistemas de misiles más pesados probablemente requerirían múltiples salidas aéreas o transporte marítimo.
Para contextualizar este análisis, conviene precisar la descripción de los misiles. El Oreshnik, según fuentes rusas y occidentales, es un misil balístico móvil terrestre de alcance intermedio, derivado del RS-26, capaz de alcanzar velocidades terminales muy altas y múltiples ojivas. Funcionarios rusos han insinuado su entrada en servicio en 2025 e incluso su despliegue en Bielorrusia.
La línea de misiles de ataque terrestre Kalibr 3M-14 utiliza un propulsor de combustible sólido y un motor turborreactor, vuela a una velocidad de crucero de entre Mach 0,8 y 0,9, y porta una ojiva de entre 400 y 500 kilogramos. Su alcance en Rusia supera los 1500 kilómetros, mientras que las variantes de exportación 3M-14E suelen tener un alcance de 300 kilómetros.
Para Washington, lo que está en juego es real: una presencia creíble del Oreshnik en Venezuela obligaría a una cobertura permanente del sistema Aegis en el Caribe y a una búsqueda ininterrumpida de TEL, mientras que incluso una presencia limitada del Kalibr dificultaría la defensa de cada muelle, bomba y depósito de municiones en Puerto Rico. Los medios de comunicación con sede en Kiev que primero amplificaron las declaraciones de Zhuravlyov también destacan la creciente presencia estadounidense, una narrativa que Moscú explotará para tantear los límites sin cruzar una línea roja.
El peligro radica menos en un ataque repentino e inesperado que en una normalización gradual de la infraestructura rusa de ataque de largo alcance en las aguas cercanas a Estados Unidos.
La capacidad de Venezuela para operar sistemas de misiles complejos bajo sanciones y presión económica no está garantizada, y las afirmaciones rusas sobre el rendimiento del Oreshnik solo han sido parcialmente verificadas por fuentes abiertas. Pero la lógica política es evidente: al exhibir el Oreshnik y el Kalibr, Moscú tranquiliza a un socio, hace alarde de sus capacidades y obliga a los estrategas estadounidenses a invertir tiempo, buques y recursos de inteligencia, vigilancia y reconocimiento en un nuevo frente.
Evan Lerouvillois



No se cree Maduro que le van a prestar misiles de este tipo…. y si lo hacen los pepinazos van a ser tremendos. Por no hablar de que para que lleguen y se puedan desplegar van a tardar bastante.
Independientemente de la voluntad politica hay varios impedimentos de peso para esta transferencia.
El primero es que Rusia también los necesita. Tan necesitado está que importa todo armamento de Corea del Norte e Irán que puede, incluidos misiles balísticos de medio alcance, pese a su falta de fiabilidad y precisión. No puede darse el lujo de desprenderse de los Oreshnik y Kalibr indudablemente superiores.
Por otro lado está el tiempo. Los EE.UU. ya han destacado un importante contingente en la zona y lo que sea que vaya a suceder será pronto. No hay tiempo hábil para la negociación, traslado y puesta a punto de estas avanzadas armas.
Por tanto lo que creo tenemos aquí es en primer lugar un aviso a navegantes sobre los Tomahawk. Y en segundo lugar está la venta gratuita de buena voluntad política de Moscú hacia Maduro más que una intención real pues cualquier acción estadounidense imposibilitará cualquier intento y excusará el incumplimiento de cualquier compromiso en este plan. Además, al facilitar nada menos que misiles IRBM con objetivo a los EE.UU. estos ya no tendrían impedimento alguno de enviar a Ucrania cualquier misil en esa categoria o inferior.
Resulta verdaderamente lamentable que un español, heredero de una historia común con los pueblos de América, pueda alegrarse ante la posibilidad de una agresión extranjera contra Venezuela, una nación hermana con la que compartimos sangre, idioma, cultura y familia. Quien celebra la violencia contra un país soberano donde tantos españoles tienen raíces y afectos, no demuestra patriotismo, sino olvido de lo que significa la dignidad nacional.
España y Venezuela están unidas por siglos de historia y por millones de lazos humanos. Desear el sufrimiento de un pueblo hermano o justificar la injerencia militar de potencias extranjeras no es defender principios ni libertad: es renunciar al respeto que todo pueblo debe tener por la soberanía ajena y por su propia memoria.
El verdadero patriota no aplaude las guerras ajenas ni los “pepinazos” de nadie; al contrario, alza la voz por la paz, la independencia y la fraternidad entre naciones. Quien se alegra de la agresión de una potencia contra un pueblo latinoamericano no honra a España: la deshonra, porque olvida que fuimos un solo pueblo y que la libertad de cada nación hispana engrandece a todas las demás.